Lampedusa. Rebelión en el sur del Sur

 

LAMPEDUSA (ITALIA). REBELIÓN EN EL SUR DEL SUR

Fragmento del relato homónimo de Joan C. Roca Sans

Salvatore Cappello coge el megáfono y expresa a los extranjeros su solidaridad y la de la población de Lampedusa.

– ¡Os garantizo que os llevarán a Italia en uno o dos días, en avión!

Entonces Ciro Caruana le pide el megáfono. Rosanna también lo reclama, pero Ciro le dice:

– No Rosanna, no estamos en Verona, éstos no soportan que una mujer les de órdenes. Déjame a mí.

– ¡Basta de “pasta”, hoy se come cuscús! Vale, ahora vamos a volver al Centro –ordena Ciro, dirigiéndose a la multitud.

En pocos minutos un grupo numeroso se reúne para emprender el regreso hacia el CPA. Los inmigrantes cruzan de nuevo el pueblo en sentido contrario gritando otra vez «Libertad, libertad». Cappello, Ciro, Rosanna y otros lampedusanos les acompañan. Los carabinieri los dejan pasar mientras los antidisturbios se separan.

El desfile se dirige hacia el barrio Imbriacole, donde está el Centro de Identificación y Expulsión, a un kilómetro de distancia. Es impresionante ver la estrecha carretera llena de gente que se desborda por las orillas.  Al cabo de veinte minutos, el grupo llega hasta la puerta del Centro. Algunos entran, otros dudan. No se fían: no quieren ir más allá si los carabinieri no dejan que Capello, Ciro y algunos más entren. Éstos intentan atravesar la puerta, pero los funcionarios del Ministerio del Interior se lo impiden. Entre las fuerzas del orden y los manifestantes crece la tensión.

– ¡Sois peores que los de Gadafi! –les suelta Rosanna, que sabe como se las gasta la policía–. ¡Con las patadas a la espinilla que les claváis, no es extraño que no se fíen!

– ¡La próxima vez los vais a ir a buscar vosotros!, les grita Cappello.

Los “ilegales” insultan a la policía: “bastardos, cornudos, libertad”. Asaltan y golpean una ambulancia que va deprisa y quiere abrirse paso entre la muchedumbre. Se empiezan a ver porrazos y a oír insultos entre carabinieri y manifestantes. Luego, poco a poco amaina la bronca y se recobra la calma; una calma aparente: tanto los lampedusanos como los inmigrantes han decretado una tregua, a la espera de comprobar si el Ministerio del Interior prepara el puente aéreo o si hará falta volver a la acción.

Mientras tanto, el pueblo se queda apagado. Las tiendas siguen cerradas, en parte por la huelga general indefinida contra Maroni, en parte porque «con todos estos clandestinos rondando por ahí, nunca se sabe». En esta situación de caos, cunden rumores de inmigrantes borrachos, intentos de suicidio, robos.

Se extiende una especie de psicosis que sin embargo no afecta a la solidaridad de los autóctonos hacia los clandestinos. Los inmigrantes vuelven al CPA. Por la noche casi  todos están de vuelta. Pero es un regreso temporal. Mañana será otro día y si el gobierno no cede, si no se decide a trasladar a los inmigrantes a otros centros en el continente, si no da marcha atrás sobre el nuevo CPA, la mecha volverá a encenderse  sin remedio.

Ciro y Rosanna están sudorosos y exhaustos. No han comido nada en todo el día y ya son cerca de las tres. Por las calles todavía se ven grupitos de magrebíes. Se dirigen andando a casa de un compañero de él, que está de servicio. Se cruzan con un autobús de la Guardia de Finanza que está de patrulla buscando fugitivos. Cada vez que dan con uno, el conductor silba y lo invitan a subir.

Al llegar a la casa, Ciro saca dos tónicas de la nevera, abre un armario, y tras un rato de búsqueda infructuosa encuentra una botella de ginebra. Prepara un par de gintonics, que beben de un trago. “¿Tomamos otro?”.”Vale, de acuerdo”.

© JC Roca Sans 2009

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Le Perthus. France.

Juin – Setembre 2015.

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