Nicosia. La ciudad dividida

Volver al menú (NICOSIA)

 

 

[…]

Nos dijo que a las once tenían un bautizo. Aunque en las montañas de Troodos nos esperaban un montón de iglesias pintadas, pensamos que un bautizo ortodoxo no se ve cada día, así que nos despedimos con un “hasta luego”, dimos un paseo por el valle y a las once  volvíamos a estar dentro de la iglesia.

Por la noche llamé a Diana y Kypros. Quedamos en vernos al día siguiente en su taller en Nicosia, al lado del Museo Bizantino, donde nos mostrarían los iconos que habían restaurado, y por la tarde nos enseñarían el barrio que está al lado de la Puerta de Famagusta, que es lo más “in” de Nicosia. Allí, en la iglesia de la Panagia Chrysaliniotissa, recogeríamos a su padre y cenaríamos en su casa. Elenitsa, la madre de Diana, estaba fuera de la ciudad visitando una hermana, pero tenía previsto regresar mañana.

 

NICOSIA

El taller ocupaba una casa de piedra con una cruz en el dintel. En el vestíbulo se erguía una estatua de fibra de vidrio de tamaño natural que representaba a un joven de uniforme con la cabeza descubierta. Sostenía un subfusil Sten en la mano derecha mientras con la izquierda señalaba a un punto indeterminado.

Diana nos informó:

“Yo he nacido en Australia pero soy nieta de emigrantes chipriotas. En el 89, mi padre vendió lo que tenía y decidió regresar. Las historias que en Queensland me contaron mis abuelos sobre su juventud en Chipre alimentaron mis fantasías de niña.”

Señalando un retrato en la pared pregunté:

– ¿Quién es el hombre de la foto?

La expresión de Kypros se volvió tosca. Sus ojos buscaron a los míos. Su intensidad me conmocionó y mirando fijamente el retrato contestó:

–Es mi tío Andreas. Nació en Agios Minas, cerca de Limassol. Fue el primero en ser ahorcado por los británicos junto a su amigo Michael Karaolis. La ejecución tuvo lugar en las primeras horas del diez de Mayo del 56. Yo acepté el encargo de restaurar el lugar del patíbulo.

Encima la mesa, un libro. En la portada, la fotografía de un cementerio cruzado por alambres de espino. Aparecían tumbas abiertas,  sepulturas vacías y cruces rotas.

–Sólo por encontrar un anillo o un diente de oro. ¿Qué ser humano es capaz de hacer esto?– observó Diana con voz amarga.

– ¿De dónde son estas fotografías? –pregunté.

–De la zona ocupada por los turcos –-respondió.

En el estudio, encima de la mesa, yacía la estatua de otro guerrillero. La intemperie la habían deteriorado. Pedí unos guantes de plástico y los dos empezamos a frotarla fuerte con cepillos mientras Diana y Nicolás nos miraban. Era todo lo que podía hacer para expresar mi solidaridad.

Hasta que alguien proclamó que ya era hora de comer. Nos lavamos las manos y salimos a tomar un kebab con pan de pita, camino del Museo Episcopal. Una vez allí, nos detuvimos ante los mosaicos paleocristianos de Kankaria, expoliados en la zona ocupada, y recuperados tras largas batallas judiciales y que habían sido restaurados por nuestros amigos.

Fuimos paseando los cuatro por la Puerta de Famagusta. Al final de cada callejón, las inevitables barricadas de cemento y madera, reforzadas con bidones de hojalata, con carteles de prohibido el paso en griego y en inglés. Parapetos de sacos terreros donde se abrían huecos para instalar ametralladoras. Todo daba la impresión de provisionalidad, y dejaba ver a las claras que las barricadas se habían levantado para atajar una hemorragia y que más tarde…. ya veríamos.

Decidimos no hablar de política durante la cena, pero como Christiana, una amiga de la familia, quería hablar con nosotros, quedamos a la mañana siguiente en el Museo del Folclore, donde trabajaba. Con ella estaba Eleni, la responsable, que a la pregunta de “¿Por qué votasteis que no en el referéndum de 2004?” respondió:

“La decisión no fue fácil. La noche antes tuve pesadillas. Los aviones turcos violaban continuamente nuestro espacio aéreo. Si lo hiciese un avión griego, lo derribarían. El plan de Kofi Annan convenía a los intereses estratégicos de Washington, Londres y Ankara, pero a nosotros no. Por esto un 75% votamos en contra.”

 

KYRENIA

“¡Qué feliz soy de ser turco!”, proclama una gran pancarta a la entrada de la zona ocupada nada más enfilar la autopista que conduce a Kyrenia, en cuyo puerto paramos a comer. En el restaurante charlamos con un vendedor de excursiones en goleta, que atendía por Mehmet, que nos dijo alardeando:

“Estamos preparados para tomar el control del sur de la isla en diez minutos. Turquía no tiene portaviones como los EEUU y por esto necesita esta isla. Ali Talat, nuestro Presidente de Chipre, estudió en Turquía y luego en el Reino Unido. Es inteligente, pero no puede hacer nada que Ankara no le autorice. Propone hacer esto y lo otro, y luego Erdogan o el ejército turco le paran los pies.

El recepcionista del hotel en Salamina, donde pasamos la noche, era hijo de kurdos procedentes de Turquía. Mientras giraba el monitor para que pudiéramos verlo, indicó:

“Estas imágenes fueron tomadas hace ocho meses en Kurdistán. Miren que le hacen a este niño los dos policías de paisano. Le tuercen el brazo y se lo rompen, como si tal cosa.”

Abrió otro vídeo. En él, un grupo de policías turcos de uniforme hundían sus porras en el cuerpo de un hombre hasta abatirle.

“Ahora díganme: ¿quién es capaz de hacer esto? Sólo unas bestias son capaces.”

Empleamos la mañana en visitar la antigua Famagusta. Todo el perímetro que delimitan las murallas está volcado al turismo. No es para menos, ya que conserva muchas iglesias góticas en ruinas o convertidas en mezquitas, las palmeras crecen por doquier, las casas son bajas y de colores claros y alegres.

La ciudadela, que los militares han abandonado recientemente, se conoce como la torre de Otelo, bautizada así por los británicos, porque Shakespeare ambientó la obra en Famagusta. El interior, las salas góticas y las casamatas están habitados por palomas. Los suelos están llenos de munición. Al otro lado de los muros, las patrulleras turcas ostentan la bandera roja con la media luna.

 

AEROPUERTO DE LARNACA

El aeropuerto de Lárnaca es pequeño y hay que compartir mesa. Cuando volvía con la bandeja, Nicolás estaba hablando con unos ingleses. Me indicó divertido:

“Escucha Marina, escucha lo que dice–. Se llama Robert Freeman y sirvió tres años durante la guerra de Chipre. Ha ido muchas veces a Limassol donde tiene una casa alquilada con opción a compra.”

Refiriéndose a los patriotas el veterano admitió:

 

BARCELONA

Mi cuerpo se estremecía con el abrazo de Kypros. Sentía en el cuello el calor de su aliento, como una bocanada de incienso. Un penetrante olor a cera quemada me envolvía como si estuviese en lugar de culto y se mezclaba con el suyo, que resultaba tan característico.

Aquel olor que me había sorprendido el día que pasábamos con energía los cepillos de púas por la escultura de fibra de vidrio y que combinaba bien con el aguarrás y los barnices. Mi mano acariciaba su pelo corto y su barba de pocos días. El fuego de sus ojos me volvía a penetrar con total voluptuosidad.

Al volverme, tropecé con botes de pintura de todos los tamaños. Uno de ellos, al volcarse, empezó a verter enormes cantidades de pintura roja, viscosa y fluida como si fuese sangre, que inundó  la estancia.

En el suelo estaba dispuesto un catafalco donde, tendido encima de una gran alfombra morada, yacía el pater Dionisos que repetía con insistencia:

“Todos muertos, todos muertos”.

Entonces yo ya no vivía con Nicolás y volvía a tener esta clase de sueños. Como el mismo Chipre, ambos estábamos separados pero comunicados. Sin duda, era la mejor solución.

Con Georgios Papandreu como ganador de las elecciones griegas vuelve a abrirse la puerta para el eventual ingreso de Turquía en la CE. Y esto no será sin abordar el tema de las aguas territoriales del Egeo y la cuestión de Chipre. Los greco chipriotas podrían aceptar una confederación si se desmilitariza la isla y se abre la vía para recibir indemnizaciones.

Lo de Chipre es una partida de póker con varios jugadores. Turquía será un gran país si emprende el camino adecuado, pero necesita tiempo. Ha estado diez siglos a las puertas de nuestro continente sin poder entrar y todavía tendrá que esperar un poco más. Tampoco es bueno que Europa se rodee de murallas para contener al Islam.

© JC Roca Sans 2009

 

Descargar el relato completo:

NICOSIA. La ciudad dividida

 

 

Volver al menú (NICOSIA)