Patmos. Jano Bifronte en la Cueva del Apocalipsis

 

PATMOS (GRECIA). JANO BIFRONTE EN LA CUEVA DEL APOCALIPSIS

Adaptación del relato homónimo de Joan C. Roca Sans

 

LÁGRIMAS DE LA NO EXISTENCIA

El humo del incienso subía desde las tallas de los dos ángeles situados detrás del caballete hasta las vigas de madera del techo. En medio de la sala David pintaba, y recordaba las palabras de Pessoa; “El poeta, tiene que dejar de lado su dolor y entonces, utilizar otro dolor, tejido de poesía”. Las dos figuras flanqueaban el dolor de David y en su ofrenda, llenaban el espacio de sentido, de aroma, de ritual pagano.

Sólo así lograría hacer universal la pena que sentía; aplicándole la carpintería del oficio. Hace tiempo que había hecho del suyo una conducta y ahora intentaba explicar su desesperación en términos pictóricos –habitado como estaba por ella– para mantenerla viva en sus cuadros, ya que de otra manera hubiese muerto él mismo de dolor.

Sea como fuera, el sufrimiento es la más poderosa de las experiencias reveladoras, y David sabía desde mucho tiempo atrás, que debía sufrir para pintar y que sólo dicho sufrimiento podía desarrollar su talento. Él seguía alimentando la idea de la armonía: el principio de la virtud alzada sobre bases estéticas, el principio de la proporcionalidad que busca apropiarse de la belleza.

Ésta fue siempre “su idea”, una idea griega por excelencia que cubría un arco que, desde Platón pasaba por Plotino, y como corolario kantiano llegaba hasta Alan Greenberg, el gran teórico del informalismo, para quedar en entredicho con la llegada del arte contemporáneo.

Él reivindicaba la libertad que éste concedía, para seguir buscando una personal mística del orden, convencido de que las leyes universales de la gratificación estética, propuestas últimamente por los biólogos evolutivos norteamericanos estaban grabadas en el cerebro humano, y que la estética precedía a la ética en términos de temporalidad.

La escultura de San Juan Evangelista que habían restaurado seguía plantada en el estudio y las flores del cerezo japonés anunciaban cada año en el jardín de la torre castillo de Palau el aniversario de la muerte de ella, acudiendo puntuales a la cita cada veinte de marzo, la fecha del accidente. Durante unos días llenaban de color el patio y después alfombraban de rosa las piedras del pavimento para simbolizar el carácter efímero de la belleza.

Una vez más la naturaleza, igual que ocurre en la vida del hombre, reservaba sus sorpresas más bellas para los momentos más transitorios. Así transcurrieron diez años desde los luctuosos días que marcaron el principio de esta historia.

 

RUMBO A LA ISLA DE PATMOS (DODECANESO – GRECIA)

–“Cuando oigan tres toques de sirena como éstos” –y entonces sonaban tres lúgubres pitidos–, “acudan a los lugares de reunión señalados en los paneles informativos” –indicaba la voz grabada en griego y posteriormente en inglés, y luego otra vez en griego.

Los pasajeros nacionales seguían descansando, tumbados en los asientos y en el suelo, cubiertos con chaquetas y mantas de viaje, habituados como estaban al simulacro de salvamento, pero los extranjeros se arremolinaban, visiblemente inquietos, cerca de las salidas al puente, mientras que el empleado de la naviera escenificaba las instrucciones de como utilizar el chaleco salvavidas.

Pero no todos los griegos estaban tranquilos. Al dejar su mochila en el camarote, había trabado conversación con un catedrático de filosofía de la Universidad de Atenas, que iba de vacaciones a su isla natal. Al salir del Pireo, Miltos, que así se llamaba el griego, explicó a David que la previsión indicaba mal tiempo.

–Voy a Patmos con la esperanza de hallar respuesta a algunas preguntas –confesó David–. Creo que en Patmos se representa el rito de la Pascua tal como se hacía en tiempos de Bizancio.

–La Iglesia Ortodoxa –explicó Miltos– da prioridad a la experiencia y a una escenificación musical del misterio. Su mayor preocupación, al ser una iglesia formalista, es la transmisión de los ritos con las menores variaciones. En este sentido la Pascua de Patmos no le defraudará. Los ritos son una manera de ponerle ritmo a la vida –añadió esbozando una sonrisa– y como decía Platón, la vida no puede vivirse sin ritmo.

–También tengo una serie de sospechas que pretendo aclarar, como la usurpación que el cristianismo hizo de los mitos de Mitra y Attis, en tiempos de Constantino –aventuró David esperando una respuesta.

–Bueno, no se trata de plagios ni de fraudes –repuso el griego con firmeza–. Se trata de una cuestión de lenguaje. Son maneras arcaicas de “narrar”, categorías míticas de las cuales se apoderan las diversas tradiciones religiosas. Los pueblos primitivos tenían su propia manera de narrar, antes de inventarse la historiografía. Conocemos las semejanzas de los mitos de Horus, Mitra, Attis, Buda, Cristo. Analogías con el mundo agrícola, héroes que mueren y resucitan, Hijos de Dios, etc.

–Además –añadió–, los viejos mitos y leyendas para que tengan ventajas darvinianas han de ser desmesurados. Sólo así logran sobrevivir frente a otros mitos y leyendas que compiten con ellos. Y frente al agravio absoluto de la muerte cualquier exageración es poca.

 

EN EL REAL Y SAGRADO MONASTERIO DE SAN JUAN EL TEÓLOGO Y EVANGELISTA

Las luces del puerto de Skala se iban asomando a la tranquilizante niebla que rodeaba la isla de Patmos y David empezó a experimentar la fascinación que siempre provoca la certidumbre del arribo inminente a un nuevo puerto. En momentos como este, se sentía como un verdadero nómada, que no halla satisfacción en el permanecer, sino en el llegar y en el partir, los únicos actos capaces de combatir, por su propia fugacidad, la transitoriedad de la existencia, pero no podía imaginarse entonces lo que tuvo ocasión de ver, oír y dibujar más adelante.

El sábado por la  noche David bajó a la iglesia de Skala, donde la llama de la única vela encendida, que simboliza la luz eterna, se propagó a todas las demás inundando la atmósfera de un denso olor a miel. Después serían colocadas en cada casa para iluminar el rincón en que las fotos de los ausentes cuelgan al lado de los iconos favoritos.

Todos se besaron al felicitarse la Pascua. Se oía por todas partes el Cristos Anesti, en griego: ha resucitado. Las campanas de las iglesias se mezclaron con las sirenas de los barcos que  estaban amarrados en el puerto, mientras los cohetes iluminaban el Monasterio, en la cresta de la colina, con una rutilante corona de chispas de colores.

Lo dibujó todo, sin usar la máquina fotográfica ni una sola vez, y el martes, a media mañana, estaba en la puerta de la cueva del Apocalipsis.

 

EN LA CUEVA DEL APOCALIPSIS

–Éste es Costas A. Zouveloc, de Tesalónica, teólogo y residente en la isla desde el pasado verano. Éste es David, artista y pintor de Barcelona. He pensado que les gustará conocerse.

Se estrecharon  la mano y Zouveloc le saludó diciendo:

–Hola David, el Padre Stavros me ha dicho que usted es artista. Personalmente me interesa mucho el arte porque es la mejor y más profunda manera de convivir con nuestra abismal ignorancia. El arte al menos sigue vivo, y el artista busca la experiencia de lo sagrado en el interior de si mismo. Parménides también buscaba una expresión de forma bella para contarnos su idea armónica del Ser del mundo. Armonía, poesía, estética y pasión por explicar y organizar el caos: eso es Grecia. Bienvenido a ella amigo mío.

–El Padre Stavros me ha pasado su web. He leído que en su trabajo hay obsesión por la luz – prosiguió,  para preguntar a continuación:

–¿Sabe usted que Einstein una vez definió a la luz como la sombra de Dios?

–Pues no lo sabía, pero es una idea muy bella.

–¿Es usted ortodoxo?- preguntó Zouveloc.

–Esta es una pregunta que me hacen a menudo. Me fascina la representación del drama, el impacto sobre los sentidos, sobre todo el impacto visual. La Iglesia Ortodoxa da importancia al ritual, y me paso horas en sus oficios. Es una cuestión de afinidad: Me encuentro bien en una ceremonia ortodoxa y en una católica no, y mucho menos si es protestante, de la misma manera que me llena el budismo “Theravada”, con todos sus mensajes a los sentidos y no entro en el budismo “Zen”, que se dirige directamente al intelecto. En lo que usted ha dicho sobre el arte, hay artistas de la luz, algunos extraordinarios, pero por el mismo motivo, a mi me llena más James Turell porque es más corpóreo, que Bill Viola que es mucho mas mental.

–Conozco el trabajo de Viola pero no el de Turell, pero entiendo lo que quiere decir. Pero dígame ¿Cree usted en Dios?

–No tiene para mi la menor importancia si Dios existe o no. Este detalle no afectaría a mi vida, ni cambiaria el conocimiento de la corporalidad de mi espíritu. Lo que no puedo asumir es la infalibilidad de los dogmas.

–Aunque no comparto su postura, no va usted equivocado David, porque todo verdadero místico, en tanto que místico, es un agnóstico en lo que hace a los contenidos dogmáticos de cualquier forma de religiosidad.

[…]

 

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Video de la instalación

EXPOSICIÓN EN EL

MUSEO CAN MARIO DE LA FUNDACIÓN VILA CASAS

 

Museo Can Mario. Palafrugell (Verano 2010)

 

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INAUGURACIÓN

 

EXPOSICIÓN

 

 

EL CONTRARELATO DE UN MITO

por Glòria Bosch

 

Al contrario de lo que se suele decir, el futuro ja está escrito,

lo que no sabemos es como leerle las páginas,

dijo Caín  mientras se preguntaba de donde había sacado aquella idea revolucionaria…

José Saramago. Caín, 2009

 

El proyecto que Joan Carles Roca Sans nos propone es la historia de un viaje iniciático, la construcción de un relato que subvierte el concepto de certeza y emerge como una escenografia realizada en tres tiempos, donde incorpora el diálogo entre algunas de las tallas populares, procedentes de anticuarios, que él ha guardado a lo largo de los años, y la selección que ha hecho de su propia obra para articular una propuesta, como es el caso de este relato y contra relato de Jano Bifronte en la Cueva del Apocalipsis. Un viaje que empieza y acaba de una manera totalmente opuesta al concepto que se suele tener hoy día de viajar, lejos de les recurrencias masificadas que se esfuerzan en repetir sin dar márgenes a la pregunta, al misterio, a la vivencia personal y, sobre todo, al deseo de convertirse uno mismo en explorador de las propias necesidades internas y emocionales.

Si Saramago desmitifica con su relato sobre Caín, Roca Sans lo hace en el momento de desarmar el mito de San Juan y nos aproxima a un mundo donde no tan sólo el futuro sino el pasado pueden estar escritos, pero el problema de siempre es “como leerle las páginas”. A través del arte, del pensamiento o de la literatura, podemos acceder a la luz oculta dentro de las páginas, a un aprendizaje que —en lugar de cerrar— nos abre a la experiencia individual de cada uno. Y él, a través de David, el pintor que no está de acuerdo con una sociedad “que niega les categorías espirituales de la creación y la contemplación artística”, nos ofrece su propia vivencia del viaje alrededor de un misterio, del relato creado —utilizando la ficción— para conducirnos hacia un contra relato del mito, para invertir los códigos dogmáticos y estratégicos con los que les religiones acostumbran a hacer la lectura, hasta encontrar el origen en este Jano Bifronte que nos  lleva a su propia imagen escindida en dos por el Cristianismo, porque el papel del místico, como señala uno de sus personajes, acaba por ser el del agnóstico.

La muestra plantea este diálogo con tallas de una colección de autor, pero la manera en que consigue toda una serie de complicidades relacionadas con todo aquello que nos quiere explicar, obedece a unos criterios artísticos y creativos que borran el hecho de ser objetos previos de culto. Todo y su reflexión sobre los elementos rituales, sobre como el tiempo controla los significados para llenarlos de contenido y también la búsqueda de aquellos elementos comunes a diferentes religiones, su objetivo es cuestionar y abrir posibilidades. En la línea de aquel Pessoa que temía a los hombres llenos de certezas o de un Saramago que unifica la contradicción humana como si todo respondiese a las dos caras de una misma moneda, él —para seguir el hilo argumental de su  narración— necesita concretarlo a través de unos registros escenográficos.

¿Desde qué lugar nos explica su relato multidisciplinar? Este  Jano Bifronte en la Cueva del Apocalipsis se genera en el trabajo de campo de Joan Carles Roca Sans que, a la manera de un antropólogo, recoge notas y apuntes, los inicios de una construcción visual fragmentaria que toma cuerpo poco a poco como si fuese un relato de ficción. Hay un tratamiento de la escultura como arquitectura y color, de la misma manera que con estas disciplinas y con otras, organiza el espacio para crear en él atmósferas donde la luz es el elemento esencial. El sentido constructivo entre el dibujo, la pintura, la fotografía y la tecnología digital, está siempre presente en su mundo creativo y es a partir de aquí donde se relacionan, tensan y equilibran los diferentes componentes para conseguir las texturas, las veladuras o los diversos efectos visuales. No es extraño que aparezcan edificios como templos, escaleras…; que se interese por el reverso de la imagen, por las fotografías que tienen dos caras, dos lados por visualizar o que, de un mismo dibujo pueda hacer  tres versiones en función del contexto en el que quiere integrarlo, con diversidad de tratamientos y colores. Los recursos son amplios y en algún caso, como en Torre Azul y Torre Roja, la imagen se desdobla en el triangulo que hace de base a la estructura, con un efecto de espejo que incluso integra  al mismo espectador. Todas las obras creadas para la exposición, una cincuentena, son piezas únicas, porque aunque vuelva a trabajar sobre un mismo archivo, admite múltiples variaciones y acabados. Aún que, para muchos, pueda parecer una contradicción, las herramientas digitales permiten dar este carácter único a cada pieza.

La exposición nos permite “viajar” a través de tres ámbitos diferenciados a lo largo del tiempo: Museo del Ritual, El Panteón del Tiempo y Deambulatorio de las promesas cumplidas, la última escena que sintetiza el relato y traspasa definitivamente el carácter universal de un mito, una manera de reivindicar la espiritualidad laica al margen de les creencias establecidas. Todo junto, con conocimiento de causa y una buena dosis de ironía, provoca un guiño al mito de Salomé, como si fuese Flaubert, Wilde o Beardsley, entre otros. Per esto  sí, antes de  llegar a este final de trayecto para reunirnos a todos juntos en el Columnario del Palacio de Herodes, nos ha hecho pasar por muchos conceptos de culto, por el baño ritual purificador —con las seis cubetas dedicadas cada una a una ninfa diferente—, por los filósofos, por las obediencias, por las ofrendas, por los relicarios, por las torres de fuego, por las procesiones, por las tumbas del Panteón del tiempo —entre los hombres y los dioses— o por los mosaicos.

Coinciden el hecho de abrir y cerrar barreras tanto en lo que hace a su concepto de trabajo como a su filosofía, lo mismo da que hablemos de los contenidos visuales como de los resultados que se consiguen al relacionar prácticas aparentemente contradictorias hasta encontrar el punto que “permite atravesar las superficies para obligarlas a mostrar sus dos caras, que es lo mismo que desenmascarar lo real”. Lo que Joan Carles Roca Sans consigue es que, con la excusa de estirar un relato, entra en la combinatoria de toda una serie de elementos que tienen que ver con la manera de afrontar y asumir no tan sólo una manera de pensar y sentir sino de entender el hecho creativo, justo allí donde se rompe la linealidad dogmática, lo que por ser nuevo ha de anular lo que es viejo sin darse cuenta de que el arte, como viaje existencial, es un puente intemporal para ir al pasado y volver al presente, para reflexionar y actualizar desde cada lugar de llegada, sin olvidar el carácter transitorio que te hace empezar de nuevo.

 

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