Patmos. Jano Bifronte en la Cueva del Apocalipsis

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Animado por el talante de su interlocutor, David abordó el tema de San Juan  directamente:

–En la iconografía ortodoxa San Juan Bautista aparece con alas, como los arcángeles ¿Qué sentido tiene?

–Simplemente porque es un mensajero, un enviado de Dios.

— ¿Cómo Hermes? –preguntó David con un toque de ironía.

–Los ángeles se representan con alas muchos siglos antes que apareciese la civilización griega –puntualizó Zouveloc.

–¿Por qué aparece la cabeza cortada encima de una bandeja en el suelo al representar a San Juan Bautista en todos los iconos Ortodoxos? Si conserva la cabeza sobre los hombros, cabe pensar que la otra no es quizá la suya. ¿A quién corresponde entonces la cabeza cortada que se tiene tanto interés en mostrar a la vista de todos?

La conversación resultaba interesante para los dos, mientras el padre Stavros, cuyo inglés era más rudimentario, se limitaba a escuchar atentamente. David intentaba llevar al otro a su terreno y el teólogo aceptaba el envite.

–Me fascina el mundo de sus antepasados porque jamás podemos estar seguros de que lo que nos cuentan fuera cierto. Cuando se leen los textos de aquellos hombres poéticos uno siempre se pregunta: ¿qué es la certeza, dónde reside la realidad, dónde empieza la vida y dónde termina el sueño?

–Esto nunca podemos saberlo y créame, para mi no tiene demasiada importancia. El tema me interesa como mito, más que como dogma. Volvamos a San Juan, me parece interesante. Cuénteme, o pregunte si lo prefiere.

–¿Cómo es posible que en el Evangelio de San Juan se encuentren al menos tres estilos literarios diferentes? Parece evidente que estamos frente a un conjunto de escritos de varios autores que se recogieron bajo un mismo título. Hoy sabemos que ésto es lo que realmente ocurrió con los Evangelios. Siglos más tarde la Iglesia eligió cuatro y condenó a todos los demás.

–Por el hecho de haber vivido más de cien años es factible que la manera de escribir del Apóstol evolucionase. ¿No cree? –sugirió el Padre Stavros. Ahora era Zouveloc quien callaba.

–Es posible –admitió David– pero a la vista de todo lo que venimos hablando yo pienso que San Juan no es sino una sustitución del dios romano Jano Bifronte, que con sus dos perfiles simboliza la eternidad, al ser capaz de mirar al futuro y al pasado. Juan Bautista sería entonces el mensajero, el oráculo, el que anticipa el futuro, mientras Juan Evangelista seria el que ha presenciado la gran historia de Cristo, y es capaz de explicarla. Todo encaja a la perfección. Aunque al lograr el poder con Constantino los cristianos se dedicaron a destruir templos y perseguir a los filósofos, era prácticamente imposible eliminar prácticas y creencias arraigadas durante siglos. Entonces se completó la destrucción con la sustitución.

–¿Y cuál es el motivo de este interés por el autor del Apocalipsis? –preguntó el Padre Stavros.

–En los días que siguieron a la muerte de mi mujer a veces llegué a creer que una chispa de su espíritu había entrado en una escultura de San Juan que estábamos restaurando. Entonces, al acariciarla, empecé a pensar que es el único apóstol imberbe, lo que quizá es la manera de acentuar su dimorfismo con el otro Juan, que ostenta larga y descuidada barba, igual que se pretendió separarlos situando sus festividades en los respectivos solsticios, que marcan el principio y el final del ciclo como los dos perfiles de Jano. Así es como uno se transformó en dos. Este es pues el motivo de mi interés; buscar la luz del conocimiento para jugar con ella desde la oscuridad.

Al terminar de exponer su teoría con claridad meridiana esperó la reacción de sus interlocutores, y cual no fue su sorpresa al escuchar a Zouveloc replicar:

–Aunque no puedo compartirla, admito que su hipótesis está llena de sentido, y un relato refuerza su teoría: la historia de Salomé narrada por San Mateo. Iconográficamente Jano Bifronte era estrictamente ésto, una cabeza con dos perfiles, asentada en una columna. Si se pretendía terminar con él, no había una manera mejor que decapitarlo, como reclamó la princesa a Herodes en recompensa por su baile, y por un proceso de sustitución del nombre, etimológicamente casi idéntico al anterior, crearle un lugar en el panteón cristiano.

–Somos animales constructores de relatos, si –prosiguió Zouveloc–, pero sabemos que sólo son relatos. Ustedes los artistas son místicos más que racionalistas y llegan a conclusiones que la lógica no puede alcanzar. Le he visto estos días como dibujaba y he observado la expresión de su cara; usted es de los que escuchan la voz del origen y tratan de reinventar lo sagrado desde su propia capacidad de asombro.

Al oír las palabras del teólogo, David volvió a pensar en la mujer que, revelándole las estructuras profundas de lo humano, le había mostrado el camino para construir la música de su propia vida y quiso hablarles de ella.

–En cierta ocasión –explicó– amé a una mujer que, oscilando entre la conducta imprevisible y la bondad infinita, me mostró la luz paradójica de la oscuridad. Ella hacía vestidos, cantaba mientras cosía, y en cualquier acto cotidiano, accedía al presente, al presente donde nunca hay muerte.

–Un día, sin embargo, olvidó por unos instantes la sabiduría de saber vivir aquí y ahora. Al correr a mi encuentro, accionó la puerta del garaje con el mando que llevaba colgando de su cintura. En la época más feliz de su vida encontró la muerte de la manera más trágica e inesperada. Tenía 42 años.

El padre Stavros y Costas A. Zouveloc le escuchaban en silencio, un silencio tan profundo como el azul del mar Egeo que rodeaba la isla.

© JC Roca Sans 2009


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